El baúl de los libros

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martes, septiembre 18, 2007

Ada o el Ardor - Vladimir Nabokov

Cuando hace algunos meses decidí leer todo lo importante literariamente que se había escrito en el siglo XX antes de leer cualquier cosa de las que se escriben hoy, decisión por demás estúpida y que no he sabido ni podido cumplir, no sabía que me había metido en un callejón sin salida.

Mi problema es que con la lectura me es imposible seguir un método. El método elegido era sencillo, leyendo el libro o los dos libros más famosos de cada uno de los ganadores del Nobel me llenaría plenamente de la literatura del siglo en cuestión. Después de leer a unos cuántos ganadores de cuyos nombres no quiero acordarme, y de reflexionar sobre los que ya había leído, empecé a darme cuenta de mi equivocación. La mayoría de los ganadores del premio literario más importante del siglo pasado no influyeron en la literatura de su tiempo (ni de después de su tiempo) sino fueron influidos por ella (o la de antes de su tiempo), en otras palabras, el leerlos no sirve para entender la literatura posterior a ellos sino la anterior. Antes de armar una polémica con respecto a lo dicho hasta aquí, aclararé que estoy generalizando y por supuesto existen algunas contadas excepciones (mi mejor ocurrencia en este momento es Thomas Mann).

Consciente de todos los lugares comunes en los que estoy cayendo, diré que los escritores más influyentes del siglo XX no ganaron ningún premio de considerable fama, nombraré en este momento sólo a Joyce, Proust y Kafka como los ejemplos más importantes.

Me doy cuenta en este momento que estoy hablando de cosas completamente diferentes a aquellas de las que quería hablar, cosa que comprueba una vez más mi incapacidad para mantenerme en el camino elegido. Lo que quiero decir, a fin de cuentas, es que Ada o el Ardor es uno de esos libros que, como los de los escritores nombrados arriba, más Carpentier, Faulkner y Fitzgerald (hasta ahora los recordé), exige del lector una concentración, inteligencia, ironía y entrega mayores a las necesarias para disfrutar cualquier libro escrito desde que se tiene registro hasta la primera década del siglo veinte. A ellos es, precisamente, a quienes se debe leer si se quiere entender algo de lo que pasa con la literatura actual. Los problemas para alguien como yo, que escribo aquí para en el futuro recordar si un libro me gustó o no, o se me hizo bueno o no, es que no puedo tomar una decisión. ¿Ada o el Ardor me gustó o no? ¿Me aburría o me cansaba? ¿Lo terminé de leer porque me causaba placer o porque me sentía intelectualmente obligado? Confieso que el mismo sentimiento tuve con Ulises, Los Budenbruck, La Montaña Mágica, A la Sombra de las Muchachas en Flor, El Arpa y la Sombra y no sé cuántos libros más de quienes he nombrado. ¿Debería de una buena vez echar mi cerebro por la borda y ponerme a leer a Og Mandino?

Y ya solamente por dejar alguna espinita entre quien lea esto, transcribo el principio de una hermosa carta que Ada escribe al amor de su vida, Van:

Sólo te amo a ti, sólo soy dichosa pensando en ti. Eso es tan cierto, tan real, como mi conciencia de existir. Eres mi alegría y mi mundo. Sin embargo… ¡oh, no te acuso…! sin embargo, Van, tú eres responsable (o, lo que es lo mismo, el Destino es responsable a través de ti) de haber hecho brotar en mí, cuando no era más que una niña, una fuente de frenesí, un furor de la carne, una irritación insaciable…El fuego que tú encendiste ha dejado su huella en el punto más vulnerable, perverso y sensible de mi cuerpo. Ahora tengo que pagar el exceso de vigor prematuro con que irritaste la herida roja, como la madera chamuscada tiene que pagar su paso por el fuego. Al encontrarme privada de tus caricias pierdo todo el dominio sobre mis nervios, no existe otra cosa que el éxtasis del frotamiento, el efecto persistente de tu aguijón, de su delicioso veneno. No te acuso: te digo la razón de que el deseo me consuma, y de que no pueda resistir al impacto de otra carne, la razón de que nuestro pasado común engendre olas de traiciones sin término…